04 junio 2010

Las voces en el camino

Mientras del otro lado de la ventana una mujer revolvía la basura de la vereda buscando pedazos de papel, un tipo se despegaba un envoltorio de alfajor, del zapato y lo tiraba a la calle, con la intención de mantener limpia la vereda de su bar, no así el cordón de dicha vereda. Jorge terminaba su tercer "Buscaminas" en la computadora del locutorio a la que iba un rato todos los días, cual bar al que se va a pensar entre un mar de solitarios peces. Pensaba en la sesión de terapia y se reía (levantando sólo de un lado la boca), rememorando la mirada atenta de su psicólogo enfrente, mintiéndole descaradamente, como un juego, como un chico. Desde hacía un año iba al mismo psicólogo y le había inventado una fantástica historia de un señor con una mujer, con unos hijos, con problemas, con trabajos esclavos y una serie de "normalidades" que seguramente el licenciado escuchaba en grandes cantidades a lo largo de la semana. Sólo que esta historia no tenía ni una sílaba de verdad. Jorge no era marido de nadie y si tenía que elegir, seguro que su mujer no sería mujer. Desde los 11 años supo que la mujer no era más que una madre ausente, una abuela desconocida y una serie de maestras conservadoras en la escuela pública del barrio. Si se trataba de amor, en ese caso, tendríamos que hablar de hombres.
"Mina", perdió el juego. Pagó $ 1,50 y se fue, guardando el vuelto en el bolsillo. Ya estaba llegando el invierno, así que estaba un poco contracturado por el pesado abrigo que empezaba a sacar, cada vez más seguido, del ropero. Camino por el empedrado, por el asfalto frío, por la vereda ya sin mesas del bar de la esquina. La luz blanca tenue del farol caía como rocío en sus hombros y, ya a esa hora, compartía la calle con los jóvenes de la esquina que se juntaban a hacer nada junto a una cerveza, como todos los días, como todas las vidas. Los negocios ya con sus candados, los colectivos cada vez más brillantes, como pájaros felinos que salen en la noche a caminar por la tierra, a pisar las huellas del día, a volver en el tiempo.
Volver en el tiempo era lo que hacía cada una de las noches. ¿Por qué no lo hablaba en terapia? Tal vez ya no creía encontrar respuestas, quizás no las necesitaba, pero no era lo suficientemente valiente para sofocarse en esas fantasías de otras vidas encastradas en sus pensamientos. O quizás, simplemente necesitaba hablar.
Recordaba, mientras iba, la frase que él le dijo la otra noche: "no quiero seguir siendo tu amigo". Claro, él quiere algo más. Pero no sabe que estoy enfermo.
A él le gustaban las sorpresas, así que más de una vez sorprendió a Jorge. Pero esa vez, su ansiedad lo hizo volverse evidente. "Vení a casa, que preparo algo para los dos y de paso charlamos un poco, ¿Dale?".
Jorge camino las doce cuadras como si lo que se moviera fuera la escenografía pasando detrás suyo, como si al pisar adelante se quedara en el mismo lugar. Le parecía todavía oír la palabras últimas de ese hombre que antes de irse con esa otra, distinta a su madre, le dijo que nunca sería feliz, que la vida era miserable y que la suya así sería. No se equivocó. Aunque poco escuchó a su padre en la vida, la sabiduría de sus años se condensó en esas palabras finales.
Cuando era más joven sabía que había riesgos, pero con la gente que se juntaba no tenía de que preocuparse. Esas cosas no circulaban por ahí. Hasta el día que el análisis le dijo que se había equivocado y que su vida sería, como bien auguró aquel hombre, miserable. Hacía mucho que no salía con otros hombres, porque ya se había cansado de ver como se iban por la puerta después de confesar su verdad. Ya se sentía humillado y con bronca salió en busca de uno al que no le diría nada. Y si se descuida, que se joda, ya es grandecito y es su responsabilidad. Pero no siempre se puede planear y esa vez el plan le salió mal. Convencido de hacer miserable a alguien más, salió y lo encontró a él, que con toda su ternura lo hizo olvidarse de todos esos fantasmas y de pronto no todo parecía tan miserable. Pero en esas cuadras, lo escuchó una y otra vez, como un disco rayado después de esa frase y sabía que si se confesaba todo volvería al mismo gris oscuro. En cada paso, piso cada uno de sus sentimientos, pasó con la mirada gacha para no ver aquellas vidas que por el costado lo miraban de reojo, pensó cada una de las palabras que le diría a él, que lo lastimarían a él, la noche que develaría los más puros sentimientos y como, sin preámbulos, destruiría esos claros sentimientos, sin piedad. Si iba a ser miserable, no valía la pena hacérselo a otra persona. A algunos simplemente no les toca ser felices.
La luz estaba prendida, se sentía el calor desde la puerta, seguramente venía del horno, junto con ese olor maravilloso de cena casi lista. Él abrió la puerta, lo miró con los ojos entre cerrados por el espacio que ocupaba en su cara la más bella sonrisa. Jorge lo miró y entró.

3 comentarios:

  1. un paez de pelo corto.5 de junio de 2010, 3:28

    "cual bar al que se va a pensar entre un mar de solitarios peces" que frase ...me siento edintificado ...todos pasamos por esos bares todos fuimos peces alguna vez.

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  2. No se si es un relato o una fracción de novela...en cualquier caso te aplaudo por tus letras bien ejecutadas...Abrazos de seguimiento

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  3. Gracias por pasar... tenía un poco abandonadas mis letras, demasiadas obligaciones me ocupan las manos con otras lapiceras.
    Un Paez, es verdad... somos peces tantas veces...
    Kimber, no se que es, creo que va más por el lado del relato, pero nunca se sabe en que se puede transformar...
    Gracias por leer, Saludos!

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