Ayer tuve que ir a Once. Como era de suponer el tránsito iba a estar imposible, así que decidí tomarme el subte. Creí que la suerte estaba de mi lado cuando llegué a la estación de la línea C casi vacía. A decir verdad, las últimas veces en esa línea fueron catastróficas. Imagínense mi sorpresa al ver un asiento vacío que me estaba esperando.
Me senté contenta, pensando que después de muchos años iba a tomar la línea A con sus vagones antiguos. Caminé para hacer la combinación. Caminé y caminé, y por fin llegué. Había gente, pero nada fuera de lo común para un horario pico.
Pero claro, no todo puede ser color de rosa en esta bendita ciudad, así que tampoco me escandalicé al ver llegar todos los vagones casi con las puertas abiertas y los restos de pasajeros desbordando cual leche en mal estado. Mal estado por la cara de los pobres seres humanos que viajaban en estado de compresión.
Obviamente fue imposible para mi subir. Pero no para otros osados que con todas sus fuerzas oprimieron contra si mismos los cuerpos que apenas respiraban adentro. Comprendí que esa estrategia iba a ser mi próxima acción en la lucha por llegar a destino.
Cuando llegó el siguiente tren me lancé al vagón. Lo más preocupante era el momento en que el que se cerraran las puertas. Sería la pirmera persona de Buenos Aires en morir aplastada por una puerta de subte? No. Finalmente se cerró... un poco. En parte, la apertura que quedaba, me servía para que me llegara aire (cosa que las sardinas enlatadas no tienen! un porotito para el subte...). Pero me preocupaba el hecho de que se abrieran súbitamente y yo cayera a las vías. Tampoco pasó, pero podría haber pasado. Esas puertas se abren manualmente. No son para nada confiables.
Claro, entre tantos pensamientos catastróficos, pensé en lo ridícula que sería esa muerte y todo lo que me falta vivir. Todo lo que quiero hacer antes de morir! Necesito más tiempo!!! Déjenme vivir!!!!
Solita, casi sin darme cuenta, se me empezó a escapar la risa. No podía controlarla y ni la boca me podía tapar, porque estaba esposada entre personas y bolsos. Pobre la mujer delante mío (a la que estuve todo el viaje tocándole el culo, sin intención por supuesto) debe haber pensado que estaba tosiendo o algo así, o que estaba por vomitar. Pero fue algo que no puedo contener.
Que ridículo estar así, comprimida por personas, por contracturas que llamaban a mi espalda, controlando la cartera, el peligro, sólo para no soportar el tránsito de la Av. Rivadavia, para poder llegar temprano a comprarme una remera con Naty.
Cualquier otro día me hubiera teñido de mal humor. Por suerte ayer me causó risa. Y un dolor de espalda que dura hasta hoy.
La risa es fundamental para soportar estos pisoteos. Yo elegí departamento asustado de tener que viajar en la línea D. Un gran beso.
ResponderEliminarTE pasaste, me cague de risa!!!
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