02 febrero 2010
y de pronto me di cuenta que los edificios no me dejan ver el cielo...
Volví. Me choqué una vez más con la tinta de una nueva lapicera. Choqué contra todo, esta mañana cuando vi cuantos matices puede darle uno a cada día.
Me choqué con personas con miles de vidas. Contra vidas. En contra de los rieles que creemos que son los correctos.
Cualquier porteño puede terminar caminando con los pies en la arena a lo lejos, incluso nadar en el río de la selva o dejarse barrer con el mar, hasta perder el aire. Con la certeza de lo incierto. Con todo aquello que es casi inhumano, pero que se acerca a lo más humano de la humanidad. Poder observar una noche con la luna más luminosa y todas las estrellas, la música de dos mares y el corazón chorreando en mis manos. Quién quiere luz cuando caminar en la oscuridad puede ser tan fácil? Observar las siluetas y reconocerlas. Cuanto valor se le puede poner a tanta naturaleza? Cuanto puede valer lo material?
Me quedo en los ojos eternos que se pierden donde termina el mar. Sigo el reflejo en ellos de la luna. Los que muestran adonde el mundo ya no existe.
Volver... Y uno se vuelve a chocar. Sería mejor pasar, absorber y dejar de chocar. Sería más hermoso.
Antes de volverme me dije a mí misma, que estuve en otra dimensión. Un lugar sin tiempo y sin días. Donde las horas no significan nada, donde el Sol y la Luna son los relojes más exactos. Estuve en otro mundo. Y sin embargo ahora creo que no hay nada más vivo que eso. No hay mundo más real que aquel. Y todo lo que hacemos es vivir constantemente en este mundo de fantasías, lleno de mentiras, dificultades, mugre, donde no se ven mariposas volar sobre el río, ni animales que se escuchan entre arbustos, ni el mar rompiendo en olas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Lo triste de las ciudades es que no sólo esconden el cielo, si no que, de alguna manera, lo vuelven innecesario. Un gran beso.
ResponderEliminar